Hacía mucho calor ese julio de 2015, la playa era un hervidero y no había forma elegante de parar en la arena, ni bajo la sombrilla. Aun así, las charlas interminables compensaban el martirio voluntario al que nos sometemos dejando atrás el progreso y las máquinas de aire acondicionado.
Repasando la vida laboral, planificando el siguiente curso, dibujando distraída símbolos extraños en la arena, me surgió una pregunta que lancé al aire: “¿Y por qué no hago algo?”. Algo. Algo es mover la rutina, avanzar por caminos nuevos, disfrutar de experiencias por conocer.
Ahí estaba todo, buscar un algo, descubrir qué hacer. Luego surgirían los cómo. Había que unir toda nuestra capacidad de inventiva, entrelazar nuestras imaginaciones y sin haberlo previsto comenzó una familiar brainstorming: una batería absurda de ideas locas entre las que se encontraban los vestidos tejidos con algas, los jabones, los bolsos de conchas, y un largo etcétera tan extenso que nos llevó a remojar las ideas en el azul Mediterráneo.
“La cuestión es, les dije, que tiene que ser algo que yo sepa hacer muy bien. Algo que ya haya hecho, pero de una manera nueva”. En un mundo idílico habrían sonado las olas, sólo su lamento entre las piedras sería el murmullo que acompañara a nuestros pensamientos, pero la realidad es que los niños jugaban, las madres les gritaban a los niños, reían otros y se entremezclaban conversaciones ajenas desde toallas cercanas.
Entonces surgió: “lo que de verdad sabes hacer es organizar”. Es cierto, es lo que sé hacer, organizar, es lo que he hecho siempre, de una manera u otra: organizar personas, eventos, palabras, productos…
Desde la misma orilla de la playa, una pequeña revolución había empezado hice un par de llamadas, mandé catorce mil mensajes, abusé de las búsquedas por internet saturando el 3G y una idea comenzó a fraguarse despacio.
Para este viaje tenía claro con quien contar, dos personas excepcionales con una gran experiencia en la organización de todo tipo de eventos, dos señores con un don de gentes ilimitado y gran capacidad de trabajo entre sonrisas. Aunque les planteé la idea con cierto miedo por si me decían que no, lo cierto es que se dejaron envolver por mi aventura, -gracias-, y ese día nació Sureñamente.
Por cierto, yo soy Rocío González, de Sureñamente, organizadora de eventos.